Andariega

(Seraf) Alpujarra

"Andar es abandonarse a un sencillo vaivén, respirar y dejarse llevar" (Manolo García)




martes, 18 de diciembre de 2012

Novia



Tuve la suerte de poder asistir en el Centro Andaluz de las Letras, a la presentación que hizo Jesús Aguado de su libro "Diccionario de Símbolos", y oír como leía para nosotros este fragmento tan intenso y tierno a la vez.


Novia ( de Jesús Aguado)

Ese día, un ocho de diciembre, me acababa e enterar de que mi novia se veía con mi mejor amigo. Para estropearlo más, este era el novio de la mejor amiga de mi novia. Los cuatro éramos inseparables, pero ellos dos más, por lo menos durante los tres meses en los que habían estado encontrándose a escondidas en el apartamento de una tía de él que se había ido de viaje África. Cuando llegué a casa y vi en las noticias que habían asesinado a John Lennon, me puse a llorar y a golpear con la cuchara la mesa donde cenábamos. Todos creyeron que era por el cantante, cuyas letras me escuchaban, en mi inglés de ascensorista de hotel, cuando me encerraba en mi cuarto, así que me dieron el pésame como si John Lennon hubiera sido mi profesor de filosofía o el portero del equipo de mi instituto: Mis padres me prometieron cambiarme las gafas de pasta por unas de alambre redondas,y mis hermanos, ninguno de los cuales había cumplido los diez años, juraron vengarse del tal Mark Champan, el fan del ex Beatle que le disparara a bocajarro cinco tiros, con ácido, con flechas, con tirachinas y un alud de rocas. No les conté lo de mi novia con mi amigo, que este me había revelado con frialdad, casi con chulería, mientras jugábamos a los futbolines esa misma tarde, porque el aprendizaje de la decepción es algo que uno tiene que realizar a solas. Y porque el dolor le vuelve a uno mudo, autista, naúfrago. No sé cómo conseguí calmarles y alcanzar mi cama. Ahí me encogí debajo del edredón y recé entre sollozos ingobernables para que Mark Champan o, ya que este estaría en la´cárcel, un primo suyo igual de loco me encontrara y me enviara  de un balazo certero a la vera de John Lennon en el cielo o en el infierno donde estuviera.

Ese ocho de diciembre, que además era fiesta, a John Lennon y a mi nos asesinaron de las dos maneras más crueles posibles: a él dejándole tendido sobre la acera de una calle y a mí empujándome desde la terraza de ese rascacielos que llamamos amor o inocencia o qué. Desde el primer momento supe que el seguiría cantando la banda sonora del siglo veinte porque ya se había hecho inmortal antes de morir, aunque eso no le quitaba dramatismo al suceso, y que esa banda sonora sería ya para siempre la de mi defenestración del amor puro. también desde el primer momento intuí que, de modo esencial e inexplicable, a John Lennon nunca le asesinarían y que mi novia y mi amigo, de enamorarse alguna vez, vendrían a explicarme  en paz sus sentimientos y a intentar hacerme cómplice y no víctima de los mismos, lo cual no hizo menos amargas mis lágrimas de entonces.

Que John Lennon sigue paseando con Yoko Ono por las calles de Nueva York es tan cierto como que mi novia, mi amigo, la amiga de mi novia y yo seguimos yéndonos de copas y de sesiones dobles al cine Albéniz. Esa fue la verdadera enseñanza de aquel 8 de diciembre: que la vida y la muerte, y que el amor y el desamor, no son pares de opuestos sino dos intentos fracasados de nombrar el misterio, lo que somos cada uno de nosotros. Quizá sea eso lo que, sin saberlo conmemoran los devótos del música cuando se reunen a las puertas del edificio Dakota, su última residencia, o en Cavern, el local de Liverpool donde comenzaron los Beatles. Por mi parte, el amor y la amistad siguen dándome penas y alegrías, aunque cuando alguien cercano me dice que tiene una tía en´África me echo a temblar.





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