Libreria Longmans

Seraf

Hace veintitrés años que durante diez meses estuve viviendo en Estepona. Yo era bastante joven, y se puede decir que fue el año en el que me independicé, salí del hogar familiar y empecé a ver el mundo desde otro prisma. Quizá por ello tenga tan buenos recuerdos de Estepona. En aquel entonces disponía de todas las mañanas libres, puesto que mi jornada laboral empezaba por la tarde. Lo que me permitió pasear por sus calles a la hora que más me gusta, en la que el ambiente es más auténtico, la mañana. Es un pueblo con mucho encanto. Tiene muchos rincones que descubrir, algunos preciosos, y entre ellos esta placita, sin pretensiones, pequeñita y apartada del trasiego natural de los transeúntes. Me gustaba  fundamentalmente por tres cosas: su olor a azahar, su tranquilidad y una labrería inglesa, la librería Logmans,  regentada por una mujer mayor, y por sus dos gatos, que se movian con total libertad por la tienda (casi siempre estaban tendidos junto a la ventana). Me gustaba entrar y verlos tomar el sol entre libros. Además  podías encontrar  cosas muy curiosas, sobretodo postales (verdaderas maravillas), de hecho es una librería especializada en mapas y postales (todavía conservo algunas). 

Este recuerdo ha permanecido en mi mente durante todo este tiempo, y lo he conservado siempre con una sonrisa y una sensación  de bienestar indescriptible. Pensar en Estepona, ha sido siempre pensar en esa placita donde tantas mañanas sentí mi ojos brillar. 

Veintitrés años después he vuelto y mi intuición no me ha decepcionado. La busqué, me dejé llevar y la encontré. La misma paz, el mismo olor a azahar, la misma librería (sobreviviendo a la crisis). Mis ojos volvieron a brillar. sentada en aquel banco experimenté las mismas sensaciones placenteras de antaño. La única pena: era domingo y la libreria estaba cerrada.