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Seraf Pintura de una exposición
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Siempre llevo bolsos grandes. Excesivos, si los comparo con mi estatura. Nunca se sabe. Meto cosas básicas como un destornillador, galletas, un botiquín, una muda limpia, un paraguas plegable, un espray defensivo, las zapatillas de correr, una foto de mi madre, un cuaderno, algunos lápices, un traje de chaqueta. Lo acomodo en el asiento del copiloto y de vez en cuando lo miro. Me da seguridad. Puedo conducir por la nacional hasta el trabajo. O no. Puedo pasar por la puerta del colegio para recoger a los niños. O no. Puedo coger el desvío ciento tres parar comprar en el supermercado. O no. Y la ilusión de enfilar por la autovía, pasar de largo por mi trabajo, el colegio, el súper, mi casa y pisar a fondo el acelerador. A fondo. Pero no. Como siempre, vuelvo al piso cargando con el bolso. Cansada. Y no sé si lo que más me pesa es su enorme tamaño o haber perdido, un día más, la oportunidad.
Precipicios habitados
de Mar Horno.