Ha tardado en llegar a mis manos, pero cuando lo ha hecho, en una sola mañana lo leí, y colmó todas mis expectativas ( ¡ay! a veces las expectativas son tan traicioneras). Qué puedo decir de este libro de Ovidio Parades, que no suene a ya dicho. La mismísima Maruja Torres allá por el mes de diciembre nos lo recomendaba en el País Semanal y nos decía: trata de la voluntad de existir y de la necesidad de hacerlo con dignidad, y de cómo se llegó hasta la plenitud compartida. Y continuaba: es un libro íntimo, pero no triste.
Para mi, además, es un libro tierno, delicado, que se deja leer porque quiere ser leído, incluso devorado. Una vez que ha conseguido llegar hasta tus manos no se deja soltar con facilidad; te atrapa sutilmente, sin aspavientos pero con intensidad.
La post-lectura en este caso es tan importante como la lectura en sí. La historia te acompaña de forma casi imperceptible, pero ahí está, en tu cabeza, en tus recuerdos, mientras paseas, mientras trabajas, llevándote de la mano a la mano de tu abuela, al tiempo compartido con ella; a tu propia infancia; a tu colegio; a las singularidades de tus profesores; a las comidas familiares; a los fines de semana llenos de aventuras; pero también a los miedos y a la incertidumbre; a los primeros amores y los necesarios desengaños. Sí, ahí está, El tiempo que vendrá, sin hacer ruido, pero con fuerza, con delicada rotundidad, acompañándote.
A los libros así me gusta buscarle un lugar especial entre mis estanterías, como en su día se lo dí a La vieja sirena de J.L. Sampedro; Seda de Baricco; Estrategia del deseo de Cristina Peri Rossi; Antología personal de Jaime Gil de Biezma o al último de Herminia Luque al Sur de la nada. El tiempo que vendrá de Ovidio Parades ya tiene su lugar especial entre mis especiales.